lunes, 3 de junio de 2019









Eran las cuatro de la tarde, se disponía a comer, 
en el refrigerador sólo había helado.
No quiso pues pensó que eso era alimento para los deprimidos.

Se miró su reflejo en la cubierta 
de vidrio de la estufa verde oscura, 
se sentía cansado, demacrado, incluso viejo.

Eran las cuatro de la tarde de ese día cuando no había luz 
estaba nublado, acababa de llover;
la sonrisa de esa vez le daba fe de seguir levantándose, 
lo motivaba a seguir esculcando lo que sentía.
Era la visita de alguien de arriba, del cosmos; de los azules, 
del espacio, 
donde hay estrellas.
Alguien de un planeta, de los lejanos, en fin, 
de los no descubiertos. 

Las letras no le ganan para describir lo que vivió, 
sólo le alcanzan para llegar a abucheos;
escribe lo que puede o lo que le alcanza, por ejemplo 
algunos sinónimos antes de llegar a tristeza.
No tiene pares, bueno, ni hablar de apegos 
o de los que se presentan casuales, no mencionamos desamores.

No tiene sentires, nada más cuando es octubre y mira a sus alrededores 
y luego al cielo
para ver si de nuevo ocurre.

   -Maldito cielo de octubre,
malditas estrellas,
malditos atardeceres, pero más los anocheceres...
     -Esperemos cuando bajen las naves.

Se repite a sí mismo internamente y despacito; 
después se conformó 
y entonces se descubrió tomando una cuchara, 
y se recargó en la ventana comiendo helado.







-Horacio Chirino


















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