sábado, 19 de octubre de 2019

Esperanza en el metro




Hoy ella al final del vagón estaba cansada, quería llegar a casa o por lo menos encontrar un lugar en el pesero,  en eso, sus ojos se abrieron más que de costumbre cuando entró a ese vagón uno de gris, uno que siempre entra por ahí, donde coinciden a la misma hora; ayer no logró acercársele por el tipo obeso que cargaba una mochila; hoy ella está a 3 cm. de tocarle las manos, rozarle el codo o por lo menos olerle el perfume que sale de su pecho, quiere que las palabras que le salen de su boca
(las que tiene guardadas debajo de la lengua para ocasiones especiales 
-que no ha tenido ninguna, o no se ha animado)
y los suspiros que tiene atorados en el pecho, sean aceptables ante sus ojos.
Quiere esta noche para el corazón, e inventar en el aire
(aunque si lo cree)
que, aún así vaya de gris, se vería lindo a la luz de la luna;
y que con esto amarre.
-¡…ch, ch!...
Voltea el tipo y de repente alguien le cede el lugar con el dedo índice,
los celos no se hicieron esperar ni para ver con detenimiento la situación.
- ¡Siéntate princesa, ya vamos a llegar a casa!
Le dijo con voz tierna y paciente, y de su maletín sacó un caramelo y se lo entregó a quien al parecer era su hija.
No sintió cosas, nada más que lo de costumbre cuando ve entrar a alguien simpático al metro.








En la mañana me sentí como en el día de mi cumpleaños, dichoso, único, pasó el metro vacío, sin nada de gente, y todos entramos sin empujarnos, formados como río de hormigas, y todavía me dio tiempo de escoger el lugar que me gusta, frente a la ventana.
Se sentía una calma limpia en el vacío blanco del piso, sin pisadas ni golpes en la espalda, hasta podía estirar libremente los pies.
Increíble.
Más días como estos.








Iba solo en el vagón, la desolación estaba a tope, casi se queda dormido cuando paró en salto del agua.
Nadie subió.
Volteó así no más al asiento de enfrente y vio un papelito doblado en cuadrito, pensó que era un billete.
No quiso tomarlo.
De pronto una ola de aire deslizó al papelito hasta enfrente, a sus pies.
Se percató de algo que al parecer eran números.
Le dio curiosidad, se agachó del asiento sin mover siquiera las piernas o su culo delgado, para tomar el papelito.
Lo desdobló y decía:
“sí me quedo sola, no importa, si usted come con la boca abierta, no se preocupe, a mí no me da asco. Esto lo tomo como una libertad para algo, si no pasó hoy pasará después. Alguien nos está cuidando. ¿Quiere ser parte de mí?”



Él no sabía que ese escrito lo había hecho una chica para su amor platónico que siempre coincide con él en la misma estación de metro.










-Horacio Chirino