Oye, amigo.
He pisado calles que
ni siquiera conocía, y tampoco;
ahora esas calles corren
como las arrugas de mis manos porque ya me las sé de memoria y aún así nada.
Las canciones que se repiten
en mi oído
se alargan hasta la media noche
y el techo
ya no me dice
ni
pío,
ya no digamos la almohada
esa se quedó dormida.
Son descargas de peso muerto
las confesiones en los domingos por la noche.
He tomado tantos vagones
del metro
que ya me saben a la misma
sopa sin sal y sin vino,
y no,
no
lo encuentro.
¿Será que he llegado tarde?
¿Me he perdido?
22.2 millones de personas en esta ciudad
y yo aún
sigo teniendo frío.
-Horacio Chirino
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