miércoles, 12 de octubre de 2016



Nada más tomó su bolso
y se fue rápido.

En el camino se iba maquillando.
Como siempre llegó a la parada del tren,
y con esa emoción bonita esperó a el.

Al del pelo rizado,
al alto de ojos azulados,
el que siempre está pálido,
al del maletín de piel.
El que siempre pasa por aquí;
en fin, lo esperaba ahí.

Era su chico para atreverse,
para atreverse a hacer cosas
que nunca pasarían por su memoria 
o en su vida,
cosas buenas o malas;
como aventarse de un paracaídas
o desvelarse por platicarle al oído
todo lo que le gustaría hacer con él al otro día.
Y también decirle que por él sí moriría.

Era su chico motor,
su chico motivación.
Por el que se ponía bonita todas las mañanas,
por el que se levantaba de la cama
(aunque hiciera frío),
por el que cantaba en la calle 
sin importarle nada,
por el que se atrevía a poner falda
y por el que ahorraba
para invitarlo a tomar un café.

Es la hora exacta,
y sí ahí viene,
entre la gente;
es el chico alto, el de pelo rizado 
y ojos azulados,
ese chico,
el chico que viene a prisas 
para tomar el próximo tren.
El chico motivación.
Ya quiere que sea mañana para volverlo a ver.

    -Horacio Chirino




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