domingo, 10 de abril de 2016

Este microcuento es tomado de la mente de mi profesora de universidad, ella es una de las mejores que he tenido.
Recordando los días de psicodrama en el auditorio tocando un intento de tambor y un pandero frente a toda la escuela... 
   
De Claudia Rigalt

Maya Soledad Mirón Madrazo nació en México, D.F. La registraron en la Delegación Iztacalco por un asunto de tradición familiar. Le llamaron Maya porque desde el inicio se notaban sus antecedentes indígenas. La Soledad le llegó después con los años. Se llenó de un tremendo vacío que solo pudo superar cuando descubrió las palabras.

Lo Mirón le vino del padre, quien le enseñó a llenar sus ojos del azul del mar y, el Madrazo de su madre, con quien aprendió la condición de ser mujer y también con ella, compartió la rebeldía ante la vida.

Creció jugando con la tranquilidad de los niños de antes que podían correr por las calles, mojarse con globos llenos de agua y saltar la cuerda.

Cuando entró a la escuela, descubrió el poder de las palabras, aprendió que los Chaneques existen, que habitan en lugares peligrosos, y a través de desamores hasta me parece que los conoció.

Leyendo descubrió también que la Luna se llama Ix Chel, que es la señora del arco iris y que en ella habita un conejo del cual se enamoró.

Cuando se le apareció Cimi, la Diosa de la Muerte de frente, sintió frío el corazón y se dio cuenta que la vida es muy breve y se va. Entonces comprendió que debía compartir lo que sus ojos vieron, la rebeldía y su pasión de ser mujer, la cultura y hasta la experiencia de su Soledad. Las palabras le brotaron de tal forma que a pesar de hablar bajito sonaba cual si tuviera un micrófono en la voz.

Hoy va y viene por el mundo, susurrando secretos, enseñando el sentido de jugar, platicando sobre mundos reales y semi-reales, leyendo cuentos, cantando palabras para sanar la soledad de ti y de los demás. Comparte la vida con quien se lo permite y aguarda a la muerte con la esperanza de que no la alcance jamás.

        - Claudia Rigalt


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