sábado, 3 de septiembre de 2016
Siempre la acompaña,
a cualquier lado que vá lo tiene presente.
Se acuesta y ya lo tiene en su cama,
camina y el vá atrás.
Ésta vez que sale de compras,
le dice que lo espere, le va a dar una sorpresa,
y no es su cumpleaños;
busca el vestido más coqueto para que se lo vea, uno azul, morado o el floreado.
Llega y lo vé ésta vez en la mesa,
y no está comiendo.
Frente al espejo de la sala,
ella comienza a desabotonarse la blusa rosada
y luego los vaqueros que delinean sus nalgas
a la perfección, esas grandes que juntas parecen una manzana dispuesta a que se la coman;
se los quita sin preocupación.
Él no le quita la mirada, y su sonrisa sigue
como siempre, no se cansa.
Le muestra el fino atuendo, se lo enseña,
le pregunta que cómo se le vé, que sí a él le gusta.
Él sólo sonríe.
Ella sólo espera la respuesta, más sin embargo ya la sabe.
Después le pone su canción, y ya estan bailando,
como aquella noche en el salón, donde se besaron
y también se emborracharon.
Se sienta y prende un cigarro,
le dá el trago al mezcal y ya no quiere regresar.
Quiere quedarse ahí, bailando con él
en el salón, mientras las luces enfocan sus pasos, el ritmo los envuelve y los desconocidos
les aplauden.
Una lágrima se asoma y se deja caer en él,
en su recuerdo, en el cuadro, es un portaretrato,
de él sonriendo en blanco y negro.
Ella suspira y lo vé con alegro...
-Horacio Chirino
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