Le gustaba dormir después de madrugada,
pues los recuerdos le tocaban la ventana
a esa hora,
y a veces uno que otro muerto se asomaba
debajo de la cama,
pero no le importaba,
pues se esfumaban con el brillo de su premio: alguna medalla o un trofeo,
por ser la número uno, por ser la más bonita,
la que se acaba el aire, la dama,
la elegante.
El perfume de alguien era su amigo íntimo;
cuando la tocaba ya tenía el derecho
(por un rato o por toda la noche)
de saber la profundidad de todos sus secretos
y también la de su alma.
Entre rosas, despedidas y tragos sin medida,
ahí estaba,
así siempre se encontraba,
dependiendo de la cama donde despertara.
-Horacio Chirino
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