martes, 23 de agosto de 2016

LA PERRA DE TU HERMANA (cuento extraído)


-Habló Marta para preguntar si podemos quedarnos con la Doly el fin de semana. Se va con el galán a Cuernavaca.

-Pues dile que no. Que le deje agua y comida.  No le pasa nada -dijo Saúl.
  
   -Le dije que sí -dijo Lucero sonriendo.
   -Ni habar, que traiga a la Dolca.
   -Se llama Doly. 

Anochecía cuando Marta llegó con su mascota. Un animal de gran tamaño,  peludo y gordo, orejón, con patas gruesas que se veían cortas debido al vientre na que casi rozaba el piso.

-Hola cuñis, hola Dolca -dijo Saúl. 
-Se llama Doly.
-Mira qué fodonguería de animal.
-Está muy educada.  Fíjate: ¡Sit, Doly!. La perra se sentó. 
La pata, la pata; la perra puso su mano sobre la de su dueña. 
¡Echate!, y la perra se tiró al piso como si la hubieran balaceado.
   -¿Cuántas veces le doy de comer? -preguntó Lucero,  señalando la bolsa de croquetas.
-cuatro. Temprano en la mañana, luego para el almuerzo,  a mediodía y por la noche.

-Con razón está tan gorda. Le daremos dos -dijo Saúl. 
-No le hagas caso. Vete tranquila.
Marta se agachó, abrazó a Doly por el cuello y dijo:
-Kis, kis -la perra le lamió una mejilla.
-Vete con cuidado. 
Marta subió en su coche y se alejó.

-¿Te preparo una cubita, Saúl? 
-Bueno.

El matrimonio entró a la casa.
-Trae papas y aceitunas.  Voy poniendo la película -dijo Saúl. 

Se recostaron en la cama y colocaron una charola con botanas y bebidas. 
A la mitad de la película,  cuando el hombre araña agonizaba, se escucharon ruidos.
   
       -¿Qué es eso? -dijo Lucero. 
       -La vaca rascando la puerta.  No le abras.
       -Pon pausa. Debe tener frío,  voy a ver.
Lucero salió de la habitación. 

-Ya voy, Doly, ya voy -dijo, y abrió la puerta.
-Saúl ven. ¡Dios mío, Doly!  Eres una perra mala, ¿qué has hecho?

Saúl soltó el mando de la televisión y fue corriendo. 

-¿Qué es eso?

La perra llevaba un bulto terragoso en la boca. 
-Suéltalo -dijo Saúl. 

La perra dejó caer su presa contra el piso de madera. 

-Es Bobi, el perrito de los Araujo.
-Qué hacemos, para ellos el animal es como un hijo. 
Saúl tomó a Doly por el collar y la sacó al jardín. La amarró a un árbol. 

-¡Perra pendeja! Me las vas a pagar.

La señora Araujo tomaba té en la terraza. Al escuchar los gritos de Saúl,  entró a su casa y le dijo a su marido:
       -Nunca había oído discutir a los vecinos.  Tan mono que se ve el muchacho.  Parece que ella lo ha engañado con otro.

Saúl entró a la casa.

-Muy educada, pero para asesinar. 
-¿Y ahora qué hacemos?  -preguntó Lucero.
-Ni modo que vayamos a decir que la vaca se escabechó a su Bobi. 

-No, eso no, pobres viejos. 
-Podemos tirarlo a la basura. Pensarán que el perro se escapó y  que está perdido. 

-¡Ay no! A mí me remuerde la conciencia. 
-Pues entonces pon al bicho muerto en una caja y entiérralo.

-Se me ocurre una idea para suavizar el asunto. Trae el balde rojo que está encima de la lavadora.
Lucero encendió la regadera para llenar el balde de agua.
Saúl dejó caer al pequeño cachorro en la tina. El agua se pintó de sangre y tierra. Le tallaron la piel, lo escurrieron como una jerga y lo metieron en la secadora de ropa.

-Vamos a ver qué tal.
-Quedó como un muñeco de peluche. 
-Ahora le peino un poco los bigotes, le acomodo las patas así.  Un poco de perfume y listo.

Lucero entreabrió la cortina y dijo.
-Ya apagaron las luces. 

Saúl cargó con cuidado al mamífero momificado y cruzó el jardín.  Sigiloso, saltó la pequeña barda fronteriza.  Acomodó a Bobi en el centro del patio y volvió a su casa.

-¡Misión cumplida! Cualquiera diría que el Bobi está dormido.
-Preparo algo de cenar y vemos qué pasa con el hombre araña. 



A la mañana siguiente, se escuchó la sirena de una ambulancia. 

-Es en casa de los señores Araujo -dijo Saúl. 

-Y ahora,  qué habrá pasado.
-Voy a ver.
-Llévate a Doly.
-No, con la vaca maldita no voy a ningún lado.

Lucero se sirvió un poco más de café. 
Saúl volvió enseguida. 

-¿Qué pasó? 
-Shhht, acabo de encontrarme con el señor Araujo.  Estaba afuera de su casa con un maletín,  esperando un taxi. Le pregunté. Dice que la señora Concha le dio un infarto.  La llevaron a Cardiología.

-¡Cómo! 
-Vio a un fantasma.
-¡Ya! No hagas bromas.
-Lo peor es que somos responsables.  Antenoche, el Bobi se había muerto de muerte natural. 
Los señores Araujo lo enterraron en un rincón de su jardín.  Hoy, al verlo tan reluciente echado en el pasto, la señora Concha se llevó el susto de su vida.

          - Carmen Fuentes
            cuento "Chocolate con churros".


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