Le gustaba salir andar en su vieja bici a esa hora, entre la velocidad, sentía suavemente al aire frío mover su largo pelo, escuchar el aleteo de las aves, oler la tierra mojada del curvilineo camino, ver el penetrar de los rayos del sol, entre las copas de los árboles de las grandes casas residenciales; algunos de sus techos cubiertos con musgo.
Cuando el sol pegaba hacia los ventanales de esa casa color perla, como siempre se asomaba la mujer de blanco, de pelo ondulado hasta los hombros. Parecía una princesa cubierta de nieve.
Ella abría la cortina, luego la gran ventana para después salir al balcón cubierto de buganbilias y recargar sus brazos en el largo barandal de fierro estilo deco.
A éstas horas lo mismo ocurría, con los mismos detalles, al tiempo que marcaba el reloj y el sol, esa era su monotonía, y también la de ella, ver y explorar en su bicicleta lo que pasaba en su vecindario, pero en especial lo que percibía en esa casa color perla.
Hasta que ayer, el sol sólo mostró algunos rayos; era más fria y humeda la mañana, no se escuchaba nada ni las aves, el musgo ya cubría por completo los techos de las casas y de los altos troncos de esos árboles.
El silencio flotaba en todo el lugar, ni el aire esta vez se oía, solo el sonido de la bici. Se percibía el ambiente quieto, lento, sin ruido y solitario. Sino es que están prendidos los focos de las casas sería como si nadie viviera aquí.
Ella pasó por enfrente de la casa color perla cuando ya la señora estaba en el balcon pero...
Notó a simple vista que su vestido era diferente, no era el de todas las mañanas húmedas; era más ajustado a su cuerpo, brillaba, como si estuviera mojado; parecía embarrado a él, traía guantes que delineaban sus esqueléticas manos, el color rojo profundo lo cubría.
No era su vestido ni tales guantes, era sangre, sangre por todo su cuerpo. En los segundos que pasó y la vió, el corazón se le aceleró con todo y pensamientos, también las preguntas.
-No frené hasta pasar de largo su casa, para que no me viera. Me escondí atrás de un pino y entre las ramas la observé con más calma...
Vi que no estaba herida, sólo ensangrentada; y escurría por sus manos y pies el líquido rojo.
-¡Sangre, de quién!,
esa era mi cuestión principal.
-¡Sangre, de quién!,
esa era mi cuestión principal.
-También me percaté de que ella miraba hacia arriba, como si contemplara algo, el cielo, tal vez el sol, pero no había sol, de hecho pintaba la mañana para estar nublada.
Me preguntaba: ¿qué era lo que pasó?...
Derrepente salió alguien detrás de ella, un hombre delgado alto de pelo castaño, sin playera, bien parecido. Sus bellos en el pecho se embarraban de la sangre del vestido de la señora; la abrazó por sus nalgas y le besó el cuello, no le importaba si le supiera su cuello a sangre.
-¡¿Sangre de quién?!,
otra vez me preguntaba.
-¡¿Sangre de quién?!,
otra vez me preguntaba.
Parecían dos vampiros en celo en medio de la tranquilidad del bosque, postrados en su castillo blanco.
La verdad tenía miedo, no sé si la curiosidad o el morbo era lo que me mantenía en ese lugar.
Algo crudo y frío, eso es lo que ahora siento al recordar esa mañana nublada, casi obscura; y como siempre me quedo con la duda de saber qué (me) hubiera pasado si el temor no me habría ganado y tal vez pudiera haber hecho algo...
-Horacio Chirino
No hay comentarios.:
Publicar un comentario