lunes, 1 de agosto de 2016

-¿Nos vamos?,
quiero ver luces,
gente,
bailar,
y tal vez un trago tomar.

-Esperaba con ansias a que dijeras eso, pero tomame de la mano.

-Sólo algo.
A eso de las 3 de la mañana,  no cambies por favor. No me dejes solo, te lo imploro.

-Nada de eso.
Calma, vienes conmigo

-Tengo miedo de que me dejes.

-No nunca te voy a dejar, estaré siempre a lado de ti así como ahorita.

-¿Sí?
-Si!

Mientras llegaban a la avenida, las miradas y su piel estaban más cercas.
En el bar, las copas estaban cada vez más llenas y la pista con muchas luces.
La mitad de un beso en su suave mejilla, anunciaba que ya estaban ebrios de lo que ahora se conoce como amor.

Ya son las 2:45 de la mañana; la música se alentaba poco a poco y las luces se ponían en rojo.

Él miró a la pista.

Derrepente sus uñas afiladas se pusieron, sus manos comenzaron a enfriarse, después todo su cuerpo.

La copa se estrelló al piso y
sus ojos se oscurecieron; sus labios gruesos y carnosos se pusieron,
su piel, su figura y su sombra ya no eran las mismas.

Todos gritaban y corrían hacia la salida del bar.

Él sólo miraba.

-¡Eres eso que de niño miraba todas las noches en mi ventana!,
   ... sólo dejame tocarte.

Le tocó sus ahora peludas y negras mejillas, lo miró
y los dos bailaron lenta y suavemente sin música,
sin gente, todo olía a alcohol entre la oscuridad.

....

Son las 6 de la mañana, y él despierta
como siempre llorando en su cuna;
su madre lo calma, lo arruya
y le toca sus delicadas mejillas.

-¿Por qué lloras, he?

Luego le da su biberon para dejarlo dormido el resto de la mañana.

   
                -Horacio Chirino

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